Valeriano Belmonte es muchas cosas en su ciudad, Albacete. Pero junto a la condición de albaceteño, todo aquel que lo conoce coincide en destacar un aspecto principal: su bonhomía. Valeriano Belmonte es un hombre bueno, en el sentido machadiano del término.
Trabajó como cartero y a día de hoy, cumplidos y pasados los 80 años, recuerda con profusa nitidez las direcciones de aquellos albaceteños y albaceteñas que, por notables en la ciudad o cercanos a él, menciona en las numerosas actividades en que participa en todas las ocasiones del año: Navidad, Carnaval, Semana Santa, la celebérrima Feria de Albacete, las fiestas de cualquiera de los barrios de la ciudad…
Tiene dos pasiones Valeriano: los tebeos (él no usa la palabra cómic) y la poesía. Su colección personal de tebeos daría para un museo (en varias ocasiones lo ha propuesto a las pertinentes corporaciones municipales, al que donaría su colección, sin éxito). Y para un segundo museo todos los carteles gráfico-poéticos que lleva elaborando desde hace no menos de cuatro décadas movido por la que, sin duda, es su tercera pasión: su querida ciudad de Albacete.
Valeriano es uno de esos ciudadanos a los que les llegará tarde el reconocimiento público, al que se echará de menos el día que falte. Cualquier otro con menos méritos y menos amor por su ciudad ya tendría (o tiene) un espacio dedicado en la misma. ¿Cómo es posible que Valeriano no tenga una calle o un parque todavía?
Sí, un parque: Parque del poeta y dibujante Valeriano Belmonte. Un parque donde jueguen los niños y se lea en sus bancos, creo que le gustaría. Y me consta que pasaría un terrible mal rato porque Valeriano es, como todo artista verdadero, un poco contradictorio: no tiene pudor para alegrar a otros con sus versos públicamente a voz en grito, pero sí cuando se centra en él la atención pasados esos minutos.
En fin, una pequeña muestra de afecto en forma de reportaje publicado en El Día de Albacete el 29 de diciembre de 2006.
